Mercado de la Cebada
Mucha gente abre la boca cuando entra al Mercado de la Cebada, y lo hace sobre todo por dos razones: los estímulos sensoriales que suponen la multitud de puestos desplegados arriba y abajo, a izquierda y derecha, y el asombro que producen sus cúpulas de colores. Una vez dentro, los sentidos comienzan a trabajar en todas las direcciones: el mercado se huele, se oye, se palpa, se ve y se saborea. Levantado en 1868, derribado en 1956 y reconstruido dos años después, el Mercado de la Cebada no está donde está por casualidad. Ubicado sobre el solar donde se vendían cereales, y especialmente cebada, hace ya quinientos años, ahora es un mercado de abastos con una vida propia que tampoco es casualidad. Situado en la encrucijada de barrios palpitantes como El Rastro o La Latina, y a pocos minutos del kilómetro 0, es un ejemplo de cómo las nuevas fórmulas de negocio -catas de vino, degustaciones de marisco y pescado durante los fines de semana- pueden revitalizar un espacio sin renunciar a su esencia.